Monday, December 19
La falacia del egoísmo como amor a sí mismo...
Thursday, June 16
Amiga mía
Gibrán Khalil Gibran
Thursday, February 10
What is home??
Wednesday, February 2
El amor
y la quietud descendió sobre todos.
Entonces, con fuerte voz dijo:
Cuando el amor os llame, seguidle.
Aunque su camino sea duro y penoso.
Y entregaos a sus alas que os envuelven.
Aunque la espada escondida entre ellas os hiera.
Y creed en él cuando os hable.
Aunque su voz aplaste vuestros sueños,
como hace el viento del norte,
el viento que arrasa los jardines.
Porque, así como el amor os da gloria,
así os crucifica.
Así como os da abundancia, así os poda.
Así como se remonta a lo más alto
y acaricia vuestras ramas más débiles,
que se estremecen bajo el sol,
así llegará hasta vuestras raíces
y las sacudirá en un abrazo con tierra.
Como a gavillas de trigo
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de los pliegues
que cubren vuestra figura.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, para que lo dócil y lo flexible
renazca de vuestra dureza.
Y os destina luego a su fuego sagrado,
para que podáis ser sagrado pan
en la sagrada fiesta de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros
para acercaros al conocimiento de vuestro corazón
y convertiros por ese conocimiento
en fragmento del corazón de la Vida.
Pero si vuestro miedo
os hace buscar solamente la paz
y el placer del amor,
entonces sería mejor
que cubrierais vuestra desnudez
y os alejarais de sus umbrales
hacia un mundo sin primavera
donde reiréis,
pero no con toda vuestra risa,
y lloraréis,
pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da más que de sí mismo
y no torna nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es todo para el amor.
Cuando améis no digáis:
“Dios está en mi corazón”,
sino más bien:
“Yo estoy en el corazón de Dios”.
Y no penséis en dirigir el curso del amor
porque será él,
si os halla dignos,
quien dirija vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo
que el de realizarse.
Pero si amáis
y no podéis evitar tener deseos,
que vuestros deseos sean estos:
fundirse y ser como el arroyo,
que murmura su melodía en la noche;
saber del dolor del exceso de ternura;
ser herido
por nuestro propio conocimiento del amor;
sangrar voluntaria y alegremente.
Monday, January 10
Tuve un sueño...
Tras un par de gafas oscuras, mi vista encontrábase perdidamente sumergida en el patrón geométrico plasmado en la superficie fría, plana y lisa de esa mesa de acero en el patio del edificio de diseño industrial. Estaba postrado ahí con los brazos en escuadra, la espalda arqueada completamente separada del respaldo de la silla, las piernas bien separadas y la cabeza medio agachada, con la misma expresión sínica de aburrimiento que mi sobrina les ofrece, y no de muy buen modo, a todos mis tíos en las reuniones familiares. De reojo alcancé a ver un grueso y maltratado libro de hojas amarillentas sobre la mesa, como uno entre tantos voluminosos ejemplares de cálculo amontonados en la estantería del fondo del pasillo principal de la biblioteca de la facultad, con las esquinas de las hojas rotas y sucias. No reparé en el tema más de unos segundos y volví a la misión de recorrer con la vista el dibujo de la placa de acero de la mesa, y al hacerlo recorrer nuestro camino una vez más con la determinación de abrir una brecha en el sendero, tu sendero, que hemos caminado hasta ahora.
Hacía buen sol, y el rechiflón de aire que soplaba con ímpetu otoñal en dirección al pasillo de concreto gris logró disipar por un instante mi mente de tu amor, tus dudas y condenas. Escondido entre su invisible soplar -aderezado por el sonido de la losa en el fregadero de la cocina de la cafetería, los gritos del cocinero y el murmullo hambriento de unos 15 o 20 esperando turno tras el cristal – se agitaba un indescifrable misterio, como una nebulosa lejana, un lugar de anestesia con las puertas esperando a ser abiertas y, así, desbordar en profundo silencio ensalzado por el agridulce sabor de la nostalgia.
De alguna manera sabía que estabas ahí. Podía sentir tu tenue y avasallante mirada, que como llamarada en la punta de una flecha se clavaba en mi alma; como una bailarina tendida en el escenario con los brazos extendidos y la cadera recogida, las puntas coqueteando con el piso, la espalda y los hombros desnudos formando un arco con el torso, poniendo al descubierto el volcán de tu pecho desnudo por donde brota incandescente tu alma. Podía recordar tus lágrimas como gotas de ceniza bajando por tus mejillas, haciendo preguntas y exigiendo respuestas. Podía recordar el retumbar de tu voz de terciopelo y seda en los rincones de mi mente, prendiéndole fuego a mi respiración de forma instantánea. Podía percibir tu aliento y tu aroma, sentir tu presencia esperando por una señal, por un segundo de mis ojos,
Y es que en ese reducido espacio de 1.70 x 2.50 donde estudiábamos todos matemáticas, guardaste celosamente y bajo llave -tras la tersa piel y serena expresión de tu rostro- mi delirio de cada noche. No conforme con la condena, le echaste cerrojo con una tenue sonrisa tan estremecedora como la del cielo al tronar mientras llueve, y un par de candados más al quitar de mis grandes y concentrados ojos la redondez resplandeciente y enigmática de los tuyos al girar tu cuello hacia arriba y mirar al pizarrón de nuevo. Justo ahí decidiste confinar mis sueños, en una masmorra enrejada donde permanecen cautivas mis ilusiones y más fervientes deseos, donde habita desde aquel día el secreto que no me deja descifrar tus intermitentes e invisibles embates a mi razón, a mi conciencia y a mi ser, esa duda silenciosa que me reprocha lo que fue y lo que nunca será .