Wednesday, August 22

Para el cielo

"No sabes cuanto odio mi fragilidad sentimental. Es hermosamente trágica, o trágicamente hermosa, o algo muy parecido a una contradicción irresoluble que me define y me niega al mismo tiempo. Define mi esencia, niega mi andar y sus motivos..."

Monday, August 20

Kaboom!



Horas contando los segundos para que ese endemoniado cronómetro llegue a las 15:00, y finalmente lo hace. No ha sido, como usualmente, que cuelgo la diadema y salgo despavorido sin mirar por  donde piso en plena huida. Ésta ocasión no. Presto atención, aunque no mucha, a quienes permanecen recluidos, y el aspecto del lugar ocupado por los que se han zafado ya. La duda sobre algo que permanece siempre inalterado, el tiempo diario que he de destinar la semana siguiente a transformarme en mercancía y valorizar en función de una dinámica ya totalmente ajena a mí, o la absurda inquietud, producto de mi poca atención, de si he dejado las llaves de nuevo sobre el escritorio, me lleva de regreso un par de ocasiones más. La complicidad insólita de Iván (ahora tan parecido a Kevin) me retiene otro poco. Mórbido filtreo y funesta sátira externando una peculiar forma de compañerismo me arrancan unos momentos más dentro de ese elefante de concreto y sensores, custodiado por cámaras, patrullado por adultos mayores que recogen basura y plástico, custodiado por sujetos a rapa disfrazados de policías bancarios buscándote siempre un pelo fuera de lugar, cuando no fingiendo no estar dormidos. Fullería capitalista in extenso. He dejado a Iván atrás, y también atrás la senil apatía que frustró el intento de David por llevarme a las puestas de teatro del CNA y a divertirnos en el "España", ayer por la noche. Dejo atrás los cristales que dividen algo parecido a la esclavitud de algo parecido a la libertad, en el sentido que los nuevos liberales gustan atribuirle, por ello he de saltarme las trancas. La batería a tres cuartos, lo suficiente para hacer míos algunos rostros, para inventar un par de postales y juguetear un poco con esa aplicación que permite distorsionar a placer los colores. A pesar de la irritación en garganta y ojos, agravada después de cuatro horas de salirles al quite a esos rubicundos rufianes que de cuando en cuando viajan en Boeing para regalar plumas, camisetas de algodón maquiladas en Malasia, hacer amigos y averiguar nuevas argucias a fin de elevar sus beneficios; me ha inyectado bastante ánimo lo inesperado de haber tenido la oportunidad de retratar la hermosa naturalidad de Katia, a quien me encontré de camino al matadero, jugando a la equilibrista, recargada en un tubo del vagón, con los sentidos absortos y las manos ocupadas en el "Ensayo sobre la ceguera". Decidido a hacer de éste un domingo de resurrección, sin un rumbo muy claro, echo a andar los pies y con ellos la irreverencia necesaria para sostener con júbilo entre las manos el creativo artefacto, además fotográfico, fino karma de $11'000 y regalo de los dioses en una noche de subversión con mis sobrinas. ¿Poniente u Oriente? El mar de espíritus que parece manar de la plancha del Zócalo en dirección a mis cabellos no termina de embelesarme cuando, tras de mí, un perfecto idiota, taxista por cierto, se cruza el alto y casi arrolla a esa pareja de mal precavidos y enamorados transeúntes. Tras el claxon del prófugo se deja venir una cascada de sonidos, murmullos, susurros, gritos, risas y quejidos parecidos al llanto que me prenden de una oreja en dirección contraria. Y allá voy. La misma caminata para romper el rutinario regreso por San Juan de Letrán. Los mismos engordaderos desplumantes de comida rápida, las mismas lavanderías disfrazadas de bancos, los mismos maniquíes postrados tras los mismos aparadores, la misma esquina que papá sueña con poseer algún día desde hace algunos días, la misma librería, la misma cortina abajo. Las mismas mesitas del bufete chino y de 'El Generalito' atestadas de comensales y borrachos, el mismo anuncio con el siempre obsceno spread cambiario implícito. Los mismos muros de piedra cubiertos de azulejo, y ¿el mismo arco invitando a ser cruzado? ¿donde quedó? Encontré en su lugar una entrada tapizada de sombrillas bajo las que esperaba encontrar medallitas guadalupanas, escapularios, catecismos, veladoras y demás mercancía eclesiástica en venta. Mi asombro fue tal al percatarme que tratábase de comida chatarra (frituras, etc.) que el lente explotó entre mis dedos. El esplendor visual de la hermosa fachada churrigueresca del SXVI del Convento Grande de San Francisco, devastado por los resquicios más superficiales de la ley general de la acumulación de capital. Subocupados engrosando las filas del ejercito del hambre, instalados en la vía pública, haciendo suyo y de sí el paisaje público, persiguiendo con desesperación e ingenio mercantil la subsistencia (Véase Marx 1884, El Capital. Capítulo XXIII). Soberbia imagen. Cuando me arrolla la nostalgia, la tristeza, la incertidumbre o el masoquismo ingreso al recinto y aspiro un poco de tranquilidad, pero hoy me hierve el alma así que reparo solo en uno de los pobres mendigos que, sentado en la escalinata, regala su lástima a quien se compadezca de ella, y de caridad deposite en su mano o en el botecito que cuelga de su bastón uno o dos trozos de metal acuñado en la acera de enfrente, por el Banco de México, a las afueras de cuyos pórticos, dicho sea de paso, se alojan cada noche decenas de vagabundos en busca de un techo. No reparo tampoco en el otrora edificio más alto de América Latina (si así se le puede denominar, con afán homogeneizante, a un cúmulo de estados que, en sentido estrictamente histórico, comparten una identidad, y solo ciertos estratos de su estructura social, por el afán descolonizante indispensable para emprender el camino a una verdadera realidad autónoma, y cuyo contenido ideológico es tergiversado por el progresismo o neodesarrollismo lulista-bolivariano-coquero que oculta tras de él la intentona de conformar una burguesía autónoma de la yankee-sionista-occidental y, por consiguiente, no necesariamente ceñida a los dictados del FMI y el Consenso de Washington para gestionar la explotación de sus pueblos y sus reservas naturales). Quiebro la ruta por el callejón Condesa, arruinado por las perforadoras neumáticas y los bultos de cemento. Penetro con los brazos la reja trasera del Palacio de Correos y Museo de la Escuela Naval para adueñarme del domo de Bellas Artes, partido por el arco de piedra. Nunca lo había visto tan hermoso, ni siquiera aquella tarde fría de Posdata en el café de Sears, cuando las aves se prendieron del cristal frente a mis ojos. No es día para rescatar baratijas del tianguis de libros, así que voy de regreso. Hago escala en la trompeta y el niño de languidecida expresión de todos los días, y cruzo la avenida. Me siento levitar sobre el mármol. Soy un experimento buscando cuadros. Unos ríen, otros esperan, uno que otro duerme. Otros, como yo, ocupados, haciendo suya la majestuosidad de la tarde y la resolana incrustada en el ambiente.

Aquí la crónica visual:











"Alegoría crítica y  fotografía como expresión de vida"